Por Juan Manuel Reyes Alcolea (Poeta y decimista)
Traigo tras de los cristales
del pecho, La Edad de Oro.
Un infinito tesoro
húmedo de manantiales
que se dan a torrenciales
por las venas del amor.
El libro es un surtidor
para el sentimiento humano
donde el principio martiano
no ha perdido su color.
-o-o-o-
El libro quiero que sea
cuántas cosas... ¡cuántas cosas!
Dulces versos, tiernas prosas,
en fin una panacea.
Debe ser como la tea
con llamarada de miel,
corojo viejo, clavel,
fusil como el de Camilo
y tener letras con filo
como Carlos Rafael.
-o-o-o-
Debe ser una tormenta
o un soplo breve de brisa,
boca fresca que sin prisa
viene a mi boca sedienta.
Debe ser la turbulenta
crecida del arroyuelo
con la dimensión del cielo
para beber en su idioma
inocencia de paloma
picardía de chicuelo.
-o-o-o-
Cada libro debe ser
un maestro, un compañero,
lluvia para el semillero,
luz para el amanecer.
El libro debe tener
de azucena y palma areca,
de lechuga y hoja seca,
de sol bravo, de alborada,
olor a tierra mojada
a sueños y a biblioteca.
viernes, 19 de marzo de 2010
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