Por Martha Saco (Editora Ediciones Bayamo)
Estudiosos de la teoría literaria, críticos y escritores aluden de forma recurrente a vocablos tales como: intertextualidad, paratextualidad, metatextualidad, architextualidad e hipertextualidad. Gerard Gennette (teórico francés de la literatura) las aúna bajo el término genérico TRANSTEXTUALIDAD. Dentro de la transtextualidad nos acercaremos, grosso modo, a la intertextualidad y la paratextualidad.
Evidentemente de todas las relaciones transtextuales mencionadas las más traídas y llevadas son la intertextualidad y la paratextualidad. Tanto los críticos de la escuela europea como los de la americana han abordado la intertextualidad, sin embargo, aún hoy existen algunos diferendos al respecto.
La semióloga Julia Kristeva define la intertextualidad como el espacio de un texto en el cual se cruzan y se neutralizan múltiples enunciados tomados de otros textos, a lo que añade que un texto puede ser considerado un mosaico de citaciones.
El intertexto es, a todas luces, un elemento enriquecedor que amplía el horizonte textual, y existe desde hace mucho, aun cuando se deslizaba por las páginas de forma subrepticia, sin un apelativo definitorio.
La literatura hispanoamericana tiene en su haber ejemplos encomiables del empleo de intertextos, uno de esos es el del escritor colombiano Gabriel García Márquez, dentro de su corpus narrativo hay numerosos casos que ya han sido objeto de tratados. Mas, lo interesante del asunto no es el estudio diacrónico del término, sino su abordaje en buena parte de nuestra literatura más actual, específicamente en la poesía, la cual navega, en ocasiones, en las aguas turbias de cierta intertextualidad, se hace pródiga en intertextos que hacen de la lectura un laberinto -en el cual muchos se pierden, otros se hacen acompañar de largas búsquedas bibliográficas o en Internet (empeño loable, por cierto) y el resto, simplemente, decide no leer por resultar demasiado críptico a sus ojos-. Todo ello confluye negativamente sobre la literatura, pues, dificulta o quiebra el hilo de la comunicación, amén de negarse la posibilidad irrepetible de andar otros imaginarios.
Es conocido que toda literatura se yergue sobre presaberes, pero es cierto, se hace evidente, sobre todo en la poesía, como ya dijimos, la existencia de una desmesura en el uso de intertextos, esto provoca un discurso vacuo, que lejos de aportar lirismo al sujeto poético logra un rechazo a la poesía.
Flota en el aire, en ciertos momentos, un aroma a competencia culterana, innecesaria por demás, pues la cultura no se etiqueta, no se exhibe, sino todo lo contrario se asume, se asimila, se degusta, permitiendo valorar en su justa medida todo cuanto el género humano sea capaz de producir en materia artística, verdaderamente artística.
De ahí que al igual que en la antigüedad clásica grecolatina recuerde aquello de aura mediocritas (la dorada medianía) para referirse a la poesía de Safo, quien escribió con tanta sencillez y perfección que muchos de sus fragmentos han llegado hasta nuestros días a través de gramáticos que lo usan como ejemplo del dialecto de Lesbos.
Igual suerte no han corrido los paratextos, así denominados por Gerard Gennette (título, subtítulos, prefacio, advertencias, postfacios, introducciones, ilustraciones, sobre cubiertas, colofón, prólogo), estos son los llamados paratextos verbales, pero existen además los icónicos que son las ilustraciones, fotos, gráficos y el color.
Entre los paratextos un lugar privilegiado le corresponde al título ya que se considera la vía de entrada al texto, el mismo tiene un carácter autógrafo, es decir, es conformado por el autor, aunque existen casos en los que se genera en la fusión autor-editor, y entonces podemos afirmar que puede ser ambivalente, es decir, autógrafo y alógrafo.
Los paratextos son generadores de ideas y no siempre se les presta la debida atención, no siempre se les concede la importancia que tienen dentro del discurso literario, ya sea en el plano verbal o icónico, cuando en verdad son estos los que aportan un acercamiento primario al lector, de su correcta o incorrecta concepción depende, en buena medida, la valoración inicial acerca de un texto y, por ende, su adquisición. Será que siempre estuvieron ahí y resultan tan familiares, y tan poco modernos, que los perdemos de vista.
Es necesario pues encontrar la medida exacta que proporcione relaciones transtextuales equilibradas, que nos permitan llegar sin pasarnos, a pesar de ser cubanos.
viernes, 19 de marzo de 2010
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