viernes, 19 de marzo de 2010

ENIGMA DE LAS PUERTAS


Por Joel Prado Rosales (Editor Jefe de Ediciones Bayamo)
Cuando en el año 2007 el jurado compuesto por Lucía Muñoz, Abel Guerrero y Omar Parada, determinó otorgarle el Primer Fidelia, convocado por el Comité provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y el Centro provincial del Libro y la Literatura en Granma, al por entonces incipiente creador Evelio Traba Fonseca, quizás nunca imaginó que el autor alcanzara una estatura y solidez literaria probada en pocos meses.
Hoy esa aspiración tiene un trasfondo oportuno y trascendente, con la presentación del primer volumen del amigo, editado e impreso por la casa editorial Bayamo en este año. El cuaderno de poesías se titula Las puertas cambian de sitio y recoge casi 70 trabajos, divididos en cuatro capítulos.
Muchos colegas se confabulan en descubrir qué connotación tendría para los lectores el hecho de que “las puertas cambien de sitio”. Quien se asome al discurso lírico y a los recursos estilísticos que Evelio emplea en su libro, notará que el poeta pretende también cambiar, con sutil ironía y un refinado humor, sus vivencias existenciales a la sombra de aquellos versos donde se diluyen en lo afectivo y lo mítico, donde cada reminiscencia nos resulta ancestral y donde hay un anhelo de confidencia y solicitud de evocación.
Evelio no olvida la eventualidad de ser testigo de tiempos pretéritos a la vez que circunscribe zonas de su propia biografía. Él entrega una de los más altos niveles de su expresión, compone un imagen de inquietantes lealtades y visceral rasgadura.
Dedica la introspección en su tropel y su remembranza para ofrecer un retrato en familia como lucubración del daño en la brevedad de un tiempo, solo asumido en las estrofas que lo resguardan. Evoca con eficacia los vestigios de una infancia que todavía lo merodea, lo deslumbra, y sobrevive a ella, donde “una vez cambió su pistola por mitología, o cuando se le acercó a Vivaldi para revivir un instante en el mar, o cuando iba junto a Gastón Baquero, arruinándole la farsa de soñarse”. Es aquí, precisamente, donde se fecunda la voz del poeta, en el tránsito hacia facturas más consultantes, alcanzando destellos de revelación que abrasan lo más íntimo de la naturaleza humana.
Nostalgia y desconcierto, deleite y sufrimiento, escritura y subsistencia, delimitan el paisaje de ese campo que, antes de la sobrevida, deja el empeño de la resurrección del verbo.
Las puertas cambian de sitio es un libro enigmático, polisémico y heterogéneo, pero paradójicamente diáfano en su extracto y armazón; es culterano, aunque las alusiones e intertextualidades resultan asequibles por los lectores y en ningún momento las reticencias hacia Eliseo Diego, Kafka, Ignacio Cervantes, Vivaldi, Rimbaud o Pessoa conducen al público por laberintos insondables, por hermetismos inefables. Encontraremos tiernos visos relacionados con el séptimo arte, con el surrealismo “buñueliano”, porque cada verso es pura imagen, es “sala que infunde su extrañamiento, dispuesta para apuntar cuidadosamente la realidad”. En otras palabras, poetiza fotogramas que circundan de forma cíclica su realidad, y nos convida a viajar por la sensibilidad contemporánea.
Evelio juega constantemente con las intermitencias del tiempo, como si tuviera el dominio de sus preceptos y categorías, creando una sugerente ambigüedad entre la savia terrenal y la celestial. Como buen procurador, lo emplaza y lo derrota en buena lid, y lo convida más allá de una posible reencarnación; el autor tiene la decencia de coquetear con la muerte y paralelamente con el riguroso albur de la supervivencia:
He aquí las moléculas que dispone mi cuerpo
y cada uno de los instantes de mi muerte
………………………………………………………………….
Renazco bajo una pira de trazas
que roen caligramas
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El contrabando de todas mis vidas
tiene por precio el círculo vicioso de la eternidad
he malogrado mi destino sin entrañas
a cuyo amparo me sumerjo otra vez
postergo mi pasado
al punto en que su argumento inexiste.
El autor no quiere albergar dudas en cuanto a su regeneración, su prolongación en el tiempo. Aunque se considere una casa en su penumbra, y exista sin paredes que la resguarden y, como toda memoria, quede deshecho en el tumulto de los días, él estará sentado a la sombra de los árboles que la armaron. Es precisamente allí donde se registran sus introspecciones, donde se refugian los sueños, donde “la luz desata en hendijas su torcedura de hebras”. Evelio nos anuncia una dulce metamorfosis, que raya con la senectud, la perennidad, y que se trastoca en otras savias. No deberá entonces sorprendernos que su brío, tal vez milenario, se pavonee entre almácigos, helechos, cocuyos, salamandras, libélulas, algarrobas, yagrumas y flamboyanes, y quede atrapado para siempre en su propio tiempo.
Evelio busca las hendiduras de los sucesos y los personajes, al calor de un guión cinematográfico que es su obsesión, siempre en una tierna mesura entre lo habitual y lo ilusorio, y donde siempre se “infunde su extrañamiento y se debería disponer para estos cuidados apuntes sobre lo real”.
En sus versos, podría el lector advertir que respira el aire disecado de otras épocas o el polvo fatigado de un añorado urbanismo; pero ocurre todo lo contrario, se emanan hálitos de restauración, de vitalidad, plagados de componentes, desde el Siglo XVI hasta el XVIII, en una disertación poética donde se establece una deuda impostergable del autor con la Historia Universal y su natal Bayamo y donde se alzan las más amplias indagaciones hacia el universo.
Evelio entonces deviene romántico, por su apego a la preocupación histórico-social, y por utilizar el lenguaje del hombre para contar las cosas del hombre. El empleo de terminologías y símbolos precisos como mosaicos, daguerrotipos, caligramas, escombros, galeones, catacumbas, monumentos, justiprecian dicho compromiso con la identidad literaria y cultural de la nación.
No faltan tampoco en este volumen los avisos teologales: Su Dios va más allá de cualquier legítimo acto de fe o de duda escolástica, pero ello no le resta valía. En su constancia, Evelio se acerca a la perpetuidad, a la trascendencia, a la inquisición en el misterio del ser.
En fin, el autor nos propone una multiplicidad de perspectivas, de direcciones y sentidos posibles, que los convierten en obras abiertas en la que el lector ha de participar y encontrar sus propias vías de lectura e interpretación. Las puertas cambian de sitio nunca será esa morada donde las mamparas quedarán clausuradas en algún lugar del tiempo, en alguna geometría del viento, como “paredes vírgenes”.
Por sus vericuetos se podrá llegar al sagrario de la poesía, con la palabra en limpio, porque Evelio ya tiene voz propia en el género en Granma, con una apuesta formal desmesurada. Tal vez la estela que deje franca será infinita, tanto en el importe de su obra como en su fertilidad estética.
El amigo ha dejado de ser un desconocido, sin esa mascarada gratuita, y ya divaga en todos los instantes de su existencia terrestre, cuestionando las preguntas más artificiosas, planteándose sus propios enigmas, el misterio de todo su amor y de toda ausencia. Entonces, amigo, ya las puertas del parnaso están abiertas para ti, aunque algunos rehenes de ciertas zonas hoscas las quieran cambiar de sitio.

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