viernes, 19 de marzo de 2010
EN EL LIBRO CABE TODO
Traigo tras de los cristales
del pecho, La Edad de Oro.
Un infinito tesoro
húmedo de manantiales
que se dan a torrenciales
por las venas del amor.
El libro es un surtidor
para el sentimiento humano
donde el principio martiano
no ha perdido su color.
-o-o-o-
El libro quiero que sea
cuántas cosas... ¡cuántas cosas!
Dulces versos, tiernas prosas,
en fin una panacea.
Debe ser como la tea
con llamarada de miel,
corojo viejo, clavel,
fusil como el de Camilo
y tener letras con filo
como Carlos Rafael.
-o-o-o-
Debe ser una tormenta
o un soplo breve de brisa,
boca fresca que sin prisa
viene a mi boca sedienta.
Debe ser la turbulenta
crecida del arroyuelo
con la dimensión del cielo
para beber en su idioma
inocencia de paloma
picardía de chicuelo.
-o-o-o-
Cada libro debe ser
un maestro, un compañero,
lluvia para el semillero,
luz para el amanecer.
El libro debe tener
de azucena y palma areca,
de lechuga y hoja seca,
de sol bravo, de alborada,
olor a tierra mojada
a sueños y a biblioteca.
ACERCA DE LA TRANSTEXTUALIDAD
Estudiosos de la teoría literaria, críticos y escritores aluden de forma recurrente a vocablos tales como: intertextualidad, paratextualidad, metatextualidad, architextualidad e hipertextualidad. Gerard Gennette (teórico francés de la literatura) las aúna bajo el término genérico TRANSTEXTUALIDAD. Dentro de la transtextualidad nos acercaremos, grosso modo, a la intertextualidad y la paratextualidad.
Evidentemente de todas las relaciones transtextuales mencionadas las más traídas y llevadas son la intertextualidad y la paratextualidad. Tanto los críticos de la escuela europea como los de la americana han abordado la intertextualidad, sin embargo, aún hoy existen algunos diferendos al respecto.
La semióloga Julia Kristeva define la intertextualidad como el espacio de un texto en el cual se cruzan y se neutralizan múltiples enunciados tomados de otros textos, a lo que añade que un texto puede ser considerado un mosaico de citaciones.
El intertexto es, a todas luces, un elemento enriquecedor que amplía el horizonte textual, y existe desde hace mucho, aun cuando se deslizaba por las páginas de forma subrepticia, sin un apelativo definitorio.
La literatura hispanoamericana tiene en su haber ejemplos encomiables del empleo de intertextos, uno de esos es el del escritor colombiano Gabriel García Márquez, dentro de su corpus narrativo hay numerosos casos que ya han sido objeto de tratados. Mas, lo interesante del asunto no es el estudio diacrónico del término, sino su abordaje en buena parte de nuestra literatura más actual, específicamente en la poesía, la cual navega, en ocasiones, en las aguas turbias de cierta intertextualidad, se hace pródiga en intertextos que hacen de la lectura un laberinto -en el cual muchos se pierden, otros se hacen acompañar de largas búsquedas bibliográficas o en Internet (empeño loable, por cierto) y el resto, simplemente, decide no leer por resultar demasiado críptico a sus ojos-. Todo ello confluye negativamente sobre la literatura, pues, dificulta o quiebra el hilo de la comunicación, amén de negarse la posibilidad irrepetible de andar otros imaginarios.
Es conocido que toda literatura se yergue sobre presaberes, pero es cierto, se hace evidente, sobre todo en la poesía, como ya dijimos, la existencia de una desmesura en el uso de intertextos, esto provoca un discurso vacuo, que lejos de aportar lirismo al sujeto poético logra un rechazo a la poesía.
Flota en el aire, en ciertos momentos, un aroma a competencia culterana, innecesaria por demás, pues la cultura no se etiqueta, no se exhibe, sino todo lo contrario se asume, se asimila, se degusta, permitiendo valorar en su justa medida todo cuanto el género humano sea capaz de producir en materia artística, verdaderamente artística.
De ahí que al igual que en la antigüedad clásica grecolatina recuerde aquello de aura mediocritas (la dorada medianía) para referirse a la poesía de Safo, quien escribió con tanta sencillez y perfección que muchos de sus fragmentos han llegado hasta nuestros días a través de gramáticos que lo usan como ejemplo del dialecto de Lesbos.
Igual suerte no han corrido los paratextos, así denominados por Gerard Gennette (título, subtítulos, prefacio, advertencias, postfacios, introducciones, ilustraciones, sobre cubiertas, colofón, prólogo), estos son los llamados paratextos verbales, pero existen además los icónicos que son las ilustraciones, fotos, gráficos y el color.
Entre los paratextos un lugar privilegiado le corresponde al título ya que se considera la vía de entrada al texto, el mismo tiene un carácter autógrafo, es decir, es conformado por el autor, aunque existen casos en los que se genera en la fusión autor-editor, y entonces podemos afirmar que puede ser ambivalente, es decir, autógrafo y alógrafo.
Los paratextos son generadores de ideas y no siempre se les presta la debida atención, no siempre se les concede la importancia que tienen dentro del discurso literario, ya sea en el plano verbal o icónico, cuando en verdad son estos los que aportan un acercamiento primario al lector, de su correcta o incorrecta concepción depende, en buena medida, la valoración inicial acerca de un texto y, por ende, su adquisición. Será que siempre estuvieron ahí y resultan tan familiares, y tan poco modernos, que los perdemos de vista.
Es necesario pues encontrar la medida exacta que proporcione relaciones transtextuales equilibradas, que nos permitan llegar sin pasarnos, a pesar de ser cubanos.
ENIGMA DE LAS PUERTAS
Por Joel Prado Rosales (Editor Jefe de Ediciones Bayamo)
Cuando en el año 2007 el jurado compuesto por Lucía Muñoz, Abel Guerrero y Omar Parada, determinó otorgarle el Primer Fidelia, convocado por el Comité provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y el Centro provincial del Libro y la Literatura en Granma, al por entonces incipiente creador Evelio Traba Fonseca, quizás nunca imaginó que el autor alcanzara una estatura y solidez literaria probada en pocos meses.
Hoy esa aspiración tiene un trasfondo oportuno y trascendente, con la presentación del primer volumen del amigo, editado e impreso por la casa editorial Bayamo en este año. El cuaderno de poesías se titula Las puertas cambian de sitio y recoge casi 70 trabajos, divididos en cuatro capítulos.
Muchos colegas se confabulan en descubrir qué connotación tendría para los lectores el hecho de que “las puertas cambien de sitio”. Quien se asome al discurso lírico y a los recursos estilísticos que Evelio emplea en su libro, notará que el poeta pretende también cambiar, con sutil ironía y un refinado humor, sus vivencias existenciales a la sombra de aquellos versos donde se diluyen en lo afectivo y lo mítico, donde cada reminiscencia nos resulta ancestral y donde hay un anhelo de confidencia y solicitud de evocación.
Evelio no olvida la eventualidad de ser testigo de tiempos pretéritos a la vez que circunscribe zonas de su propia biografía. Él entrega una de los más altos niveles de su expresión, compone un imagen de inquietantes lealtades y visceral rasgadura.
Dedica la introspección en su tropel y su remembranza para ofrecer un retrato en familia como lucubración del daño en la brevedad de un tiempo, solo asumido en las estrofas que lo resguardan. Evoca con eficacia los vestigios de una infancia que todavía lo merodea, lo deslumbra, y sobrevive a ella, donde “una vez cambió su pistola por mitología, o cuando se le acercó a Vivaldi para revivir un instante en el mar, o cuando iba junto a Gastón Baquero, arruinándole la farsa de soñarse”. Es aquí, precisamente, donde se fecunda la voz del poeta, en el tránsito hacia facturas más consultantes, alcanzando destellos de revelación que abrasan lo más íntimo de la naturaleza humana.
Nostalgia y desconcierto, deleite y sufrimiento, escritura y subsistencia, delimitan el paisaje de ese campo que, antes de la sobrevida, deja el empeño de la resurrección del verbo.
Las puertas cambian de sitio es un libro enigmático, polisémico y heterogéneo, pero paradójicamente diáfano en su extracto y armazón; es culterano, aunque las alusiones e intertextualidades resultan asequibles por los lectores y en ningún momento las reticencias hacia Eliseo Diego, Kafka, Ignacio Cervantes, Vivaldi, Rimbaud o Pessoa conducen al público por laberintos insondables, por hermetismos inefables. Encontraremos tiernos visos relacionados con el séptimo arte, con el surrealismo “buñueliano”, porque cada verso es pura imagen, es “sala que infunde su extrañamiento, dispuesta para apuntar cuidadosamente la realidad”. En otras palabras, poetiza fotogramas que circundan de forma cíclica su realidad, y nos convida a viajar por la sensibilidad contemporánea.
Evelio juega constantemente con las intermitencias del tiempo, como si tuviera el dominio de sus preceptos y categorías, creando una sugerente ambigüedad entre la savia terrenal y la celestial. Como buen procurador, lo emplaza y lo derrota en buena lid, y lo convida más allá de una posible reencarnación; el autor tiene la decencia de coquetear con la muerte y paralelamente con el riguroso albur de la supervivencia:
He aquí las moléculas que dispone mi cuerpo
y cada uno de los instantes de mi muerte
………………………………………………………………….
Renazco bajo una pira de trazas
que roen caligramas
…………………………………………………………………
El contrabando de todas mis vidas
tiene por precio el círculo vicioso de la eternidad
he malogrado mi destino sin entrañas
a cuyo amparo me sumerjo otra vez
postergo mi pasado
al punto en que su argumento inexiste.
El autor no quiere albergar dudas en cuanto a su regeneración, su prolongación en el tiempo. Aunque se considere una casa en su penumbra, y exista sin paredes que la resguarden y, como toda memoria, quede deshecho en el tumulto de los días, él estará sentado a la sombra de los árboles que la armaron. Es precisamente allí donde se registran sus introspecciones, donde se refugian los sueños, donde “la luz desata en hendijas su torcedura de hebras”. Evelio nos anuncia una dulce metamorfosis, que raya con la senectud, la perennidad, y que se trastoca en otras savias. No deberá entonces sorprendernos que su brío, tal vez milenario, se pavonee entre almácigos, helechos, cocuyos, salamandras, libélulas, algarrobas, yagrumas y flamboyanes, y quede atrapado para siempre en su propio tiempo.
Evelio busca las hendiduras de los sucesos y los personajes, al calor de un guión cinematográfico que es su obsesión, siempre en una tierna mesura entre lo habitual y lo ilusorio, y donde siempre se “infunde su extrañamiento y se debería disponer para estos cuidados apuntes sobre lo real”.
En sus versos, podría el lector advertir que respira el aire disecado de otras épocas o el polvo fatigado de un añorado urbanismo; pero ocurre todo lo contrario, se emanan hálitos de restauración, de vitalidad, plagados de componentes, desde el Siglo XVI hasta el XVIII, en una disertación poética donde se establece una deuda impostergable del autor con la Historia Universal y su natal Bayamo y donde se alzan las más amplias indagaciones hacia el universo.
Evelio entonces deviene romántico, por su apego a la preocupación histórico-social, y por utilizar el lenguaje del hombre para contar las cosas del hombre. El empleo de terminologías y símbolos precisos como mosaicos, daguerrotipos, caligramas, escombros, galeones, catacumbas, monumentos, justiprecian dicho compromiso con la identidad literaria y cultural de la nación.
No faltan tampoco en este volumen los avisos teologales: Su Dios va más allá de cualquier legítimo acto de fe o de duda escolástica, pero ello no le resta valía. En su constancia, Evelio se acerca a la perpetuidad, a la trascendencia, a la inquisición en el misterio del ser.
En fin, el autor nos propone una multiplicidad de perspectivas, de direcciones y sentidos posibles, que los convierten en obras abiertas en la que el lector ha de participar y encontrar sus propias vías de lectura e interpretación. Las puertas cambian de sitio nunca será esa morada donde las mamparas quedarán clausuradas en algún lugar del tiempo, en alguna geometría del viento, como “paredes vírgenes”.
Por sus vericuetos se podrá llegar al sagrario de la poesía, con la palabra en limpio, porque Evelio ya tiene voz propia en el género en Granma, con una apuesta formal desmesurada. Tal vez la estela que deje franca será infinita, tanto en el importe de su obra como en su fertilidad estética.
El amigo ha dejado de ser un desconocido, sin esa mascarada gratuita, y ya divaga en todos los instantes de su existencia terrestre, cuestionando las preguntas más artificiosas, planteándose sus propios enigmas, el misterio de todo su amor y de toda ausencia. Entonces, amigo, ya las puertas del parnaso están abiertas para ti, aunque algunos rehenes de ciertas zonas hoscas las quieran cambiar de sitio.
A MODO DE PRESENTACIÓN
En las páginas del periódico
De ahí se desprendió, quizás, la idea para la concepción de un suplemento dedicado íntegramente a exponer el quehacer de los artistas e intelectuales del territorio y del cual fueran protagonistas.
Así nació el suplemento Vértice, cuyo nombre viene tal vez de la misión de reseñar los momentos cumbres del ámbito.
Se abría un nuevo horizonte para quienes gustan de la comunicación a partir de la palabra escrita, oportunidad para expresar criterios, valoraciones, análisis, perspectivas… y una nueva vía para contribuir a la formación del gusto estético de los públicos.
Allí comenzó la historia del Vértice, desde cuyas páginas brotó en 1999 la convocatoria del primer concurso cubano de cuentos breves, en el cual han participado noveles y consagrados narradores.
Hoy, a tono con las nuevas tecnologías y la solicitud de los cibernautas, Vértice inaugura su vida en formato digital, con la aspiración de continuar llegando a todos los lectores.
Vaya nuestro agradecimiento para aquellos, desde el silencio, han apostado por este suplemento que cuatrimestralmente dialoga con la cultura, lapso que pretendemos acortar con su presencia en la red de redes.
Las puertas están abiertas para quienes, desde la aparente quietud de la palabra escrita, acepten el reto de lanzarse a construir un mundo donde prevalezca la cultura, como vía para el crecimiento integral de los seres humanos.